1.
Presentación proyecto de investigación
Jhon Diego Dominguez Acevedo
Somos un grupo de investigación de la Universidad Pedagógica Nacional
(UPN) que ha venido indagando por ciertos temas, desde hace unos años. En el
2013, propusimos al Centro de Investigaciones Universidad Pedagógica (CIUP) la
investigación titulada: “Hacia una teoría de campo [Bourdieu], a propósito de
las tesis de los estudiantes de psicología y pedagogía, de la UPN, 2010-2011”.
Diríamos que la investigación busca superar una manera de concebir la
especificidad de la educación con énfasis en la política. Para ello, tomamos el
concepto de “campo” y, en consecuencia con la lógica de funcionamiento que este
sociólogo francés le adjudica, vamos más allá, en pos de una teoría de la
sociedad y la cultura.
Con ella, trataremos de caracterizar la escuela, en tanto dispositivo
donde confluyen los campos, produciendo cierta jerarquización entre ellos.
Ahora bien, Bourdieu [2005], afirma que pensar en términos de campo es
pensar relacionalmente (pensar en términos de campo requiere una conversión
total de la visión habitual del mundo social que sólo se atiene a las cosas
visibles: el individuo, el ens realissumum al que estamos unidos por una
especie de interésideológico primordial; el grupo, que sólo en apariencia se
define únicamente por las relaciones temporarias o duraderas, formales o
informales, entre sus miembros y sus relaciones, incluso, entendidos como
interacciones, esto es, como conexiones intersubjetivas, realmente activadas.
En realidad, como la teoría newtoniana de la gravitación sólo podía construirse
contra el realismo cartesiano que no quería reconocer ningún otro modo de
acción excepto la colisión, el contacto directo, la noción de campo presupone
una ruptura con la representación realista que nos lleva a reducir el efecto
del ambiente al efecto de la acción directa en tanto que actualizado durante
una interacción). Ergo,podría darle un giro a la famosa formula de Hegel y
decir que lo real es lo relacional: lo que existe en el mundo social son las
relaciones. No interacciones entre agentes o lazos intersubjetivos entre
individuos, sino relaciones objetivas que existen “independientemente de la
conciencia o la voluntad individual, como lo afirmó Marx. En término
analíticos, un campo puede ser definido como una red o una configuración de
relaciones objetivas entre posiciones. Estas posiciones están objetivamente
definidas, en su existencia y en sus determinaciones que imponen sobre sus
ocupantes, agentes o instituciones, por su situación presente y potencia
(situs) en la estructura de distribución de especies del poder (capital) cuya
posesión ordena el acceso a ventajas específicas que están en juego en el
campo, así como por su relación objetiva con otras posiciones (dominación,
subordinación, homología, etcétera).
Esto puede verse tomando como objeto de muchas prácticas y productos
que se dan en el seno de la escuela; en el caso de lo que proponemos en esta
investigación, empezaremos por una lectura de los trabajos de grado de los
estudiantes del programa de Psicología y Pedagogía del 2010 al 2011.
Aunaremos los aportes teóricos de diversos autores y perspectivas, con
el fin de identificar los elementos componentes del campo como matriz social de
producción de enunciados (una arquitectónica del campo), sobre la base de la
cual los realizativos (performativos) generados por la dinámica social
determinan la existencia específica de escenarios estructurados en los que
diversas modalidades de la pugna por el sentido dan forma a maneras de producir
y enjuiciar enunciados.
En seguida nos detendremos a explicitar tres elementos sustanciales;
primero, metodología; segundo, transformación y tercero, crítica. A cargo de
los profesores que acompañan la investigación Carolina Rodríguez, Carlos Jilmar
Díaz Soler y Guillermo Bustamante Zamudio.
2. Sobre
la metodología de la investigación
Carolina Rodríguez
El éxito de una investigación no
depende de su ‘resultado’, noción falaz, sino de la naturaleza reflexiva de su
enunciación
Roland Barthes
En el campo educativo, hablar de investigación es casi igual a hablar
de una metodología de investigación, pareciese que ya la primera no es posible
que exista sin la segunda; esta relación siamesa que se ha impuesto coloca a la
investigación en el orden del hacer más que del saber. Así entonces, la
metodología se convierte casi en la investigación misma: antes que especificar
el objeto, decidir sobre qué metodología se ha de implementar, es la primera
preocupación para iniciar esto a lo que se le ha llamado investigar.
Queremos llamar la atención entre dos
palabras: saber y hacer, porque es
alrededor de estas, que se adelantará la discusión. Para esto, hemos de abordar
algunos aspectos fundamentales para pensarnos el asunto de la metodología de la investigación y que ha
tomado tanta fuerza e importancia a la hora de investigar.
En principio, es necesario hacer una
distinción entre corpus y objeto de investigación; diferenciación
necesaria porque la naturaleza de ambos pertenece a distintos niveles de
análisis. El primero, el corpus es
sensible, mientras que el objeto es
inteligible. Confundir estos asuntos provoca que se pongan cosas en el lugar del objeto de investigación. Lo que Marx llamó fetiches (o sea, el producto de una reificación);
no obstante, la investigación siempre está enfrentada a fetiches, pues éstos se
producen indefectiblemente en la vida social.
Ahora bien, el objeto: su naturaleza y
especificidad, es el centro de la investigación. Entender el objeto como un constructo
y no como algo ya dado, determina una postura sobre la investigación, y asumir
una postura es necesario, en tanto obliga a tomar los conceptos y hacerlos
operar conforme a unas reglas del juego: una gramática. Así que definir
la naturaleza del objeto es una decisión, no una detección.
Es común encontrar en las tesis que estamos
analizando la necesidad de especificar si la investigación es de orden
“cualitativo” o “cuantitativo”: por ejemplo, “(…) la investigación se para
desde un paradigma cualitativo”. Este estereotipo es común en los trabajos
investigativos que se realizan en el campo educativo; sin embargo, no es el
investigador quien decide el paradigma, es la especificidad del objeto la que
define la manera de abordarlo. Sin conocer la naturaleza del objeto, es en vano
todo esfuerzo metodológico que se haga alrededor de este.
De entrada, se le asigna una especificidad al
objeto: cualitativo. Y este es el
primer obstáculo a sobrepasar, creer que el objeto ya viene definido y
destinado a algún paradigma. Porque se cree que en la educación lo cualitativo
ya es bueno per se, y que lo cuantitativo tiene una connotación de medición y
de exclusión del sujeto. Pero, como Bachelard afirma: es necio medir, cuando la
naturaleza del objeto no se juega en esa dimensión; pero igualmente es necio
negarse a medir, cuando la naturaleza del objeto si se juega en esa dimensión.
Entonces, más que un escenario fácil, constituido de cuantitativo-malo y
cualitativo-bueno, lo que tenemos es la complejidad de un objeto sometido a la
interpretación social, cuya especificidad se establece de acuerdo a la postura
que se asuma. Ahora bien, esto no quiere decir que tiene tantas especificidades
como posturas posibles, pues asumir esa perspectiva sería renunciar a la
posibilidad de que algo se pueda entender mejor. Y no todas las posturas
provienen del esfuerzo por entender, unas -por ejemplo- provienen del esfuerzo
por transformar o intervenir.
¿Qué oposición supone entonces, lo
cualitativo y lo cuantitativo? No se trata de categorías, pues si así fuera, lo
cualitativo incluiría a lo cuantitativo pues la cantidad es una de sus
cualidades y entonces solo tendríamos una categoría y una de sus subdivisiones.
Entonces debemos concluir que dicha oposición no opera en el campo donde las
distinciones se producen con arreglo a las categorías, sino en un campo donde
las distinciones no tienen que ser fuertes, donde se admiten clasificaciones
establecidas bajo la lógica de una pragmática política y no a la gramática de
alguna disciplina.
Si como dice Barthes, «El éxito de una
investigación no depende de su ‘resultado’, noción falaz, sino de la naturaleza
reflexiva de su enunciación » debemos decir que el abordaje pertinente de los
conceptos y la aplicación de las gramáticas correspondientes a tales conceptos
sería lo constituyente en la construcción de una postura necesaria para tomar
los conceptos y hacerlos operar conforme a unas reglas del juego. Este sería
entonces el primer objetivo en la formación de investigadores.
Conocer la especificidad y
la naturaleza del objeto, implica al sujeto el dominio de la gramática que
produce su enunciado, y esto solo se logra en tanto el sujeto esté dispuesto a
tener una relación con el saber. Así que investigar es el efecto de una
relación con el saber en una relación entre conceptos que se pugnan en un campo
y que permitirá abordar el objeto de una manera específica, no de acuerdo a
alguna metodología, sino en clave de la gramática que los produce. Esta
relación entre conceptos y por supuesto con el saber, encarna el deseo del
sujeto que investiga.
Por otro lado, existe otro tipo de relación
que opera en las instituciones universitarias y que se da en un orden distinto:
la relación entre sujetos, que se inscribe en la demanda. Esta relación opera
no con arreglo a una gramática, sino a unos requerimientos institucionales y
sobre todo se instaura en la demanda entre sujetos: maestro-estudiante.
Esta claridad en términos de
las relaciones, resulta importante porque nos requiere establecer el lugar del
sujeto frente al objeto; un lugar que desde cierto campo se inscribe en la
teoría; ya Bordieu lo decía al afirmar que “la observación está orientada por
la teoría” o que la teoría decide lo que podemos observar; es decir, la
naturaleza del objeto y el lugar que se le prescribe está determinado por la
teoría, no por la realidad aparentemente evidente o supuestamente dada a
nuestra percepción. Desde esta perspectiva el asunto de la investigación no
está en la elección de una metodología –como quien elige comprar un producto-;
sino en la asunción de una postura teórica que permite decidir por la
naturaleza del objeto y en esa medida la manera de abordarlo. Es claro que se requiere
de una manera de abordar el objeto, pero esto lo provee la teoría, no una
metodología. Entonces, la teoría no está disponible en tanto tal para quien
tenga la aspiración consumista. Está disponible para quien pueda hacer algo con
ella, para quien se tome el trabajo que lo equiparía para poder hacer algo con
ella; entonces, se requiere cierta posición frente al objeto para que ellos se
presten a manipulación productiva. En síntesis, lo que se necesita para hacer
investigación es ser rigurosos y exhaustivos desde cierta postura.
No estamos diciendo que
investigar desde una perspectiva teórica esté libre de una influencia social,
lo que afirmamos más bien, es que es una lógica de producir enunciados que
operan de una forma específica frente a esta influencia social de la que no
pueden escapar.
En esta lógica, en la que la teoría prima a
la hora de tratar el objeto bajo una serie de especificidades, el efecto
necesario sobre el sujeto es la exclusión;
y no se trata de un asunto de cosas mal hechas que se pueden corregir, sino
de un efecto estructural. De entrada, esa idea deslinda un campo inmenso
de los decires actuales en investigación educativa: quedarían necesitadas de
nombre las perspectivas que dicen investigar para “realizar una subjetividad”,
sea la propia o la de aquellos que llaman “sujetos de la investigación” para
referirse, no obstante, a los objetos de investigación… pero, por supuesto, es
posible iniciar una investigación y, a la hora de las decisiones, optar por lo
políticamente correcto, por lo conveniente, por lo que está de moda decir y
hacer.
Así las cosas, la investigación sujeta a una
gramática requiere un vaciamiento del sujeto. En ningún caso se trata de que
aparezca el sujeto. Al contrario, en esta lógica el sujeto es lo que no puede
aparecer. Recordemos que el sujeto de la certeza de Descartes es aquel al que
se le ha quitado todo contenido y ya no le queda sino el hecho de aplicar
lógicamente el pensamiento. La ciencia es un discurso a prueba de sujeto. Hay
que someterse completamente, vaciarse a la manera como hace Descartes en las Meditaciones
para saber en qué mecanismo anidaría la certeza; eso implica desaparecer
como sujeto, para ser capaz de hablar como hablan los que sostienen el discurso
de una disciplina. Y no es que ya no haya sujeto, se trata de una disposición
de sujeción a una gramática, por encima de lo que se pueda pensar, sentir u
opinar al respecto.
Barthes [1968:37],
refiriéndose a la investigación semiótica nos dice: «su movimiento legítimo es
aceptar primero las categorías que hereda de la lingüística, y luego, con el
peso, con el entrenamiento mismo del análisis, rebelarse contra esas categorías
y socavarlas», es decir, para rebelarse, contradecir o por lo menos decir algo
sobre alguna categoría de alguna disciplina, primero hay que sujetarse a ella y
trabajar tanto sobre su gramática que sea esto lo nos autorice a decir algo
sobre ella. Por esta razón es que en esta lógica de investigación, los formatos
–tan requeridos para investigar en los escenarios educativos- no preocupan,
porque de lo que se trata es de ser capaz de dar cuenta, ante una comunidad, de
las posibilidades de la gramática.
Mientras, en el campo educativo se insiste en
la elección y el seguimiento de una metodología –en un paso a paso-, la ciencia
se mantiene en una postura, defiende unos axiomas, aplica unas gramáticas que
permiten entender algo pese a la singularidad de los fenómenos.
Al indagar en nuestro corpus (las tesis de
algunos estudiantes del programa de Psicología y pedagogía), encontramos con
frecuencia libros de metodología de la investigación como parte de las
bibliografías, poniendo en el mismo nivel la teoría con la metodología. Esto
deja ver que para los estudiantes, investigación es sinónimo de metodología, o
que esta es requisito sine qua non
para adelantar una investigación. Lo que ha volcado la preocupación sobre la
metodología -el hacer- más que por el dominio de una teoría –el saber-, que en
esta lógica, sería condición indispensable para poder investigar y decir algo
sobre el objeto.
Así, volvemos a la relación establecida por
la demanda: una relación entre sujetos, un estudiante que exige que el profesor
le dé bibliografía, le diga qué y cómo escribir, le diga qué y cómo investigar,
etc. Contrario a una relación establecida desde el deseo: un efecto de la
relación entre conceptos; allí la responsabilidad y el trabajo recae en quien
investiga –en este caso, el estudiante-, que es quien se dispone y toma una
elección en términos de tiempo, trabajo y esfuerzo para ser capaz de abordar un
objeto. Y por supuesto que puede aparecer allí el otro –en este caso, el
profesor-, como interlocutor de este trabajo. Pero en calidad de par que
discute alrededor de conceptos y no de quien da instrucciones para hacer un
trabajo. No se trata de traer el saber a la altura del estudiante, se trata de
que el estudiante trabaje para estar a la altura del saber.
En síntesis, este estudio nos ha llevado a
cuestionarnos la manera en que estamos acercando a los estudiantes a la
investigación en la universidad, quizá el propósito –con buena intención- sea
“formarlos en investigación”, pero, es momento de preguntarnos qué tanto de esa
“formación” está teniendo efectos estructurales en los estudiantes de manera
que se propenda por una relación con el saber, por la posibilidad de entender
las reglas del juego de una gramática que les permita tener una postura y una
perspectiva teórica que los capacite rigurosa y exhaustivamente para operar
sobre los objetos más allá de los requerimientos institucionales.
3. Campo
del saber y campo de la intervención: distinción necesaria
Carlos Jilmar Díaz S.
El análisis que estamos realizando sobre un corpus documental,
caracterizado por los trabajos de conclusión de un proceso de formación de
licenciados en psicopedagogía, nos revela cierta no diferenciación, una
confusión, una mezcla entre dos campos: el del saber y el de la intervención.
Analizar los documentos en mención y asumirlos como corpus para nuestra investigación
posibilita pensar la investigación, sus formas de producción, las legitimidades
que otorga, las dificultades que conlleva, en pocas palabras, queremos
referirnos a aquello que se produce con esta palabra.
Es posible señalar, para iniciar, que casi todas las investigaciones de
los estudiantes se sitúan en una perspectiva de intervención ubicando allí que
su acción produce la transformación de las condiciones encontradas. Independientemente
de que tales condiciones sean exigidas en los requisitos de grado (y, en
consecuencia no sólo caractericen el trabajo de los estudiantes, sino también
el de los profesores y el de la Universidad… y quizá el de la época), las vamos
a considerar para hacer una reflexión sobre la indiferenciación que en el
ámbito escolar encontramos entre dos campos.
Presentamos a continuación cinco fragmentos tomados de algunas de las
tesis de nuestro corpus:
“Esta investigación enfrenta
a los sujetos a diferentes situaciones particulares que son causales de su
comportamiento, poniendo en contacto la causa, su efecto y la realidad, lo cual
comporta un cambio a nivel personal, familiar y social […]”.
“Sustituir los valores
clásicos (la apariencia de normalidad) por nuevas formas y visiones a propósito
del entendimiento de la subjetividad. De esta manera, el carácter expositivo de
la psicopedagogía deberá responder al dinamismo del mundo y la recuperación de
la experiencia en el sujeto”.
“Permitir la apertura al
ejercicio de la praxis desde donde se brindará a la población intervenida
herramientas para iniciar su auto-reconocimiento y la construcción de nuevos sentidos
de vida”.
“Transformar saberes y
prácticas frente al quehacer del orientador”.
“Esta investigación incide
en la reflexión del proceso educativo y específicamente en la constitución del
sujeto”.
Vemos en las citas que como efecto de la acción que en los trabajos de
los estudiantes se propone, se cambiarán las personas, las familias y la
sociedad; se sustituirán los valores clásicos; los sujetos se reconocerán y
construirán nuevos sentidos de vida; se transformarán los saberes y prácticas
del orientador; y se incidirá en la constitución del sujeto. Si bien muchos de
estos propósitos de transformación son del orden del ideal, el asunto principal
para nosotros no es si son o no realizables. Para nosotros lo principal tiene
que ver con la mezcla de la especificidad de campos distintos.
Para situar una discusión al respecto, citamos un fragmento del texto
de Max Weber La “objetividad” del conocimiento en la ciencia social y en la
política social, publicado en 1904. Max Weber, entonces parte del Comité Editorial
de la revista Archivo de ciencia social y política social, escribe el
texto para explicitar los criterios en relación con los cuales se tomará la
decisión de publicar o no en dicha revista. Ante la pregunta ¿qué pretende y
qué significa el análisis científico de los juicios de valor y de los ideales?
Weber responde:
«Lo que es susceptible de
tratamiento científico es la pregunta por la idoneidad de los medios para
conseguir un fin dado. Como nosotros podemos establecer válidamente (dentro de
los límites de nuestros conocimientos) qué
medios son adecuados o inadecuados para el fin propuesto, podemos calcular por
esta vía la probabilidad de alcanzar un fin determinado con los medios
disponibles, y con ello podemos valorar indirectamente si el propio fin
propuesto es racional en virtud de la respectiva situación concreta, o si no
tiene sentido según las circunstancias dadas. Además, si parece posible
alcanzar el fin propuesto, nosotros podemos establecer, naturalmente siempre
dentro de los límites de nuestros conocimientos, además del eventual logro del fin intencionado, las consecuencias que tendría la utilización
de los medios necesarios, en virtud de la interacción general en que se
encuentra todo acontecimiento. Nosotros le damos entonces al agente la
posibilidad de que calcule las consecuencias queridas y las no queridas de su
acción, y que pueda responder a la pregunta de qué “cuesta” la consecución del
fin querido a la vista del sacrificio previsible de otros valores. [...] No es tarea de la ciencia llevar esa
deliberación hasta la toma de decisión, pues esta última es una tarea del
hombre que quiere algo: éste sopesa y elige entre los valores de que se trate,
según su propia conciencia y su propia y personal concepción del mundo. La
ciencia puede ayudarle a que tome conciencia de que las consecuencias de
cualquier acción y, por supuesto, según las circunstancias, de la no-acción,
significan una toma de partido por algunos valores determinados y,
consiguientemente, en contra de otros valores, algo que en la actualidad tanto
se ignora. La elección es asunto suyo».
Continúa Weber:
«Lo que también
podemos ofrecerle para esta elección es el conocimiento
del significado de lo que quiere. Le podemos enseñar el significado de los
fines que quiere, y la relación entre los fines que quiere y los que elige,
mostrándole las “ideas” que subyacen, o que pueden subyacer, a un fin concreto
y el desarrollo lógico de éstas. Pues evidentemente una de las tareas
fundamentales de cualquier ciencia que se ocupe de la cultura es investigar la
comprensión racional de estas “ideas” por las que, real o supuestamente, hemos
luchado o luchamos».
(Madrid: Alianza, 2009.
Págs. 71-72).
Weber establece una distinción entre un campo de conocimiento (en este
caso: la ciencia social) y un campo de aplicación (en este caso: la política
social). Ahora bien, el hecho de que la referencia aparentemente sea la misma
(lo “social”), no quiere decir que todo lo que se diga o haga al respecto,
pertenezca al mismo campo. Ese referente social está tomado, en el primer caso,
desde la investigación científica, desde una disciplina que tiene unas
categorías propias, y en la que lo social es un objeto abstracto-formal; y, en el segundo caso, desde la acción política,
que no forzosamente requiere de categorías y para la que lo social es un objeto
dado o, en palabras de Charlot, un objeto socio-mediático
que al ser asumido presenta problemáticas que requerirían una intervención.
De un lado, Weber ubica el “tratamiento científico” y, de otro, la
consecución de un fin. El primer campo (el de la ciencia), afirma, siempre está
condicionado a “los límites de nuestros conocimientos”, mientras que el segundo
(el de la aplicación) tiene que ver con la elección
que un sujeto hace en un contexto social de alguna problemática. De esto
concluye que “No es tarea de la ciencia llevar la deliberación hasta la toma de
decisiones”; la necesaria toma de decisiones “es una tarea del hombre que
quiere algo”, que lucha por resolver algo suscitado por el funcionamiento de lo
social. En ese sentido, el hombre de ciencia también quiere algo: conocer;
cuando él mismo se ve impulsado a tomar partido por los sentidos posibles de
las decisiones sociales, pues actúa como un político, no ejerce en tanto
científico, aunque use criterios tomados de su disciplina. Sin dejar de hacer
las distinciones de rigor Weber evidencia muy bien el nexo entre ambos campos.
En consecuencia, se constituyen dos temporalidades: la atada al
problema social que se busca solucionar de manera inmediata, dadas las urgencias;
y la atada a las reglas que el sujeto se ha impuesto para pensar
(pertenecientes a un campo de saber) y que son mediatas, que responden a su
propio ritmo, independientemente de la urgencia de los problemas. Éstos pueden
requerir del saber y, para ello, el saber es tomado en el estado en que se
encuentre, aunque sea insuficiente para actuar... pero hay que actuar.
El conocimiento, en cambio, responde a sus propias demandas internas;
su rigor es lo que lo caracteriza. Hay, en consecuencia, un abismo entre el
saber y los usos sociales que se hagan de él (en cuyo caso, siempre es posible
reclamar la explicitación del puente puesto entre la orilla del saber y la
orilla de la aplicación). Discutir la puntual lógica que presenta uno de los campos de producción simbólica, como el
de la ciencia, implica, en palabras de Bourdieu, discutir “qué es hacer
ciencia, o más precisamente, tratar de saber qué hace el científico, [ya que]
no es sólo interrogarse sobre la eficacia y el rigor formal de las teorías y de
los métodos, es examinar a las teorías y [a] los métodos en su aplicación, para
determinar qué hacen con los objetos y qué objetos hacen (Bourdieu, Chamboredon
y Passerón, 1973:29). Una de las característica del campo de la ciencia está
dado por el uso de categorías que, al inter – definirse, conforman un cuerpo
conceptual, caracterizado por el conjunto de sus relaciones.
La cita de Weber plantea de manera expresa la relación posible entre
esos dos campos, cuando de lo social se trata. La ciencia se pregunta por:
1. La racionalidad y la
posibilidad del fin propuesto (por ejemplo, ¿es una idealización?);
2. La idoneidad de los
medios para lograrlo (¿los medios considerados pueden efectivamente producir la
transformación propuesta?);
3. Las consecuencias,
en virtud de la interacción de variables; por aquello que se deja por fuera al
elegir una acción o al dejar de actuar;
4. La significación de
lo que se quiere (ideas subyacentes a un propósito); etc.
Weber se ve obligado a hacer las aclaraciones de rigor, pues los
productos que se presentan a la revista materializan esa confluencia.
Ahora bien, no se trata de un rechazo de alguna de las dos
perspectivas, ni de una objeción a quien sea portador de ambas especificidades.
El hecho de hacer esta distinción no quiere decir que las dos especificidades
no confluyan en un escenario, en unos sujetos.
Al confluir en la educación estos dos campos (el saber y la
aplicación), según vemos en las citas de las tesis que presentamos al comienzo,
parece que se produce una subordinación del saber en provecho de la aplicación,
no obstante tratarse de trabajos que se llaman a sí mismos
"investigaciones" y que hacen referencia a autores y disciplinas
científicas. En pocas palabras, las intervenciones que quedan consignadas en
los documentos mencionados son realizadas gracias al horizonte planteado por la
ciencia. Por eso la distinción que proponemos.
En nuestro caso, en el caso de la educación, confluyen, entonces, tanto
el campo del saber, como el campo de la aplicación: la pedagogía es un hacer
relacionado con el saber; su hacer concierne al saber: busca transmitir
–enseñar– un saber, lo cual no excluye que:
a) ese hacer esté referido en alguna medida al saber;
b) que para ese hacer, nos ocupemos del saber;
c) o de que nos es posible convertir ese hacer en objeto de saber.
El problema aparece cuando no hacemos las diferencias de rigor y
decimos que es investigación del campo de saber, lo que en realidad es un
conjunto de propósitos en el campo
del hacer.
La investigación y la política pueden estar articuladas, pero, gracias
la discusión que presentamos, tienen especificidades distintas. El campo del
saber, en donde se desarrolla la investigación, crea un objeto de estudio. El campo de la política no actúa sobre
ese objeto creado; es otro tipo de objeto… con otras características el que
hace funcionar el campo de la política y por ende el de la intervención. Son
ámbitos distintos, que al distinguirlos, posibilitaría, también, reconocer transformaciones
fundamentadas, que hacen uso de la investigación.
4. Sobre
la crítica
Guillermo Bustamante Zamudio
Al leer las tesis de nuestro corpus, vemos reiteradamente el asunto de
la formación de una “conciencia crítica”. Ejemplos:
[…] la transformación crítica, reflexiva y
consecuente en las acciones en cada uno de los adolescentes en condición de
adicción […].
[…] generar programas educativos que permitan crear
espacios de reflexión crítica y acciones […].
[…] se debe realizar una mirada crítica, reflexiva y
actuante para abordar este tipo de situaciones […].
[…] logrando esa
humanización de la que tanto se ha enfatizado y a la que se quiere construir y
formar por medio de una actitud reflexiva, crítica […].
Pero eso no es sólo acá. El anuario de la literatura infantil en
Alemania dice:
«Hay que velar porque los niños encuentren en sus libros algo
criticable. Así adquieren la capacidad de criticar. La crítica se aprende con
la práctica. Por eso se pide en el libro que se esté en contra» [citado por
Ende].
Pues bien con argumentos así, se justifica cualquier cosa que le demos
al estudiante: si no percibe lo criticable o si no critica suficientemente, es
problema suyo, pues el acto educativo estaría en ofrecer mala calidad para que el
otro desarrolle el “espíritu crítico”. Algo muy conveniente, pues nos exime como
profesores de hacer las cosas bien hechas.
Entendemos por “capacidad crítica” el afán de crítica, la actitud de
descontento o desconfianza (la criticadera, como decimos). ¿Vale la pena
inculcar desconfianza? Creemos que no. Y tampoco creemos que esto implique una
confianza ciega en el otro. Pero ¿acaso eso lo decide el profesor para el
estudiante? Basta con el encuentro humano para que el sujeto sepa a qué
atenerse con el otro o pagar las consecuencias. Ahora bien, el lazo social
tiene algo así como una “cauta confianza”.
Otra cosa es desarrollar una capacidad de discernimiento dentro de una
materia; dominar y conocer en su conjunto una materia, lo cual implica seguir
determinadas normas y distinciones precisas. Si a partir de ahí el sujeto
decide la crítica es distinto.
Pero la criticadera vende una idea falsa, pues la visión general de una
materia y las normas como tales no se pueden apropiar de modo crítico, ¡pues
ellas son la condición previa a toda crítica! Para hacerse con ellas, se
depende, se quiera o no, de lo que a uno le dicen otras personas de las que uno
se fía por considerarlas competentes.
Por supuesto que se puede abusar de esa confianza. O sea, el niño está
en manos de su educador, lo cual muestra la dimensión de su responsabilidad.
Pues bien, la confianza es una base interesante del lazo social.
No se puede inculcar o enseñar la capacidad crítica de modo inmediato.
Ella sólo puede ser el tardío resultado de un proceso de desarrollo en otro
sentido, el que da al niño las normas respectivas y la visión de conjunto.
¿Qué puede ofrecer la escuela al niño? Principalmente, contextos en
relación con el conocimiento. Y es en relación con éstos que podemos esperar
algo del orden de lo que llaman “valores”. Y, en esos contextos no hay
solamente saberes sino, personas relacionadas con el saber. Éste queda siempre
vinculado al enseñante. Lo que el niño aprende queda vinculado para él a una
experiencia humana. Si no fuera así, las máquinas podrían enseñar.
La idea actual de inculcar al estudiante una conciencia crítica termina
en que el niño repite mecánicamente los juicios y las opiniones de quienes él
considera competentes. Y estos propugnadores de formar críticamente son felices
cuando los estudiantes les devuelven exactamente lo que ellos quieren oír.
Con una actitud crítica, no se asimila mundo, ni conocimiento, ni
destreza, ni normas. Al contrario, se lo impide. Con lo que, a futuro, el muchacho
padecerá de desnutrición espiritual. Lo cual produce otros efectos, aun peores…
pero ya los causantes tendrán la opción de echarle la culpa a otros, porque
para eso son expertos.
El niño asimila por transferencia hacia la cosa misma o hacia quien la
enseña. La tarea del educador es despertar esa disponibilidad y encauzarla.
La “enseñanza” a destiempo (no en relación con el sujeto, sino con la
lógica del saber) produce incapacidad de amar y falta de normas. Ni el puro
intelectualismo ni la pura crítica producen valores y normas.
No hay manera de transmitir valores por fuera de los valores. Exhibir
lo no bueno y exhortar a oponerse a ello críticamente no es una manera objetiva
de hacerlo. Es más bien una manera de garantizar el fracaso. Si no se tiene una
posición que ofrecer, tampoco se puede ofrecer una verdadera negación.
Se le pide al estudiante decidir por sí mismo, pero el procedimiento
conforme al cual decidir no se le dan. Por consiguiente, de ello resulta una
actitud descontentadiza, gruñona, malhumorada.
Al exigirle al niño una conciencia crítica se reducen las posibilidades
que hay en él de desarrollar más tarde, de modo adecuado, esa posibilidad. Las
víctimas de ese adoctrinamiento —que se tiene asimismo por progresista— serán
personas incapaces de formarse un juicio de nada. Los inculcadores de una
“actitud crítica” sólo traspasan al niño su propio relativismo intelectual, su
impotencia para encontrar valores vitales.
No es cierto que el entorno actual (sociedad de consumo, publicidad,
internet, etc.) sea inhumano, falso, infame y brutal y que, en consecuencia,
haya que inmunizar a los niños contra ello, haciéndoles ver esas
características. Es como exponer al niño que ya tiene frío a más frío, para que
se distancie críticamente de él. ¿No caerá enfermo? Si le damos un abrigo, no
lo estamos apartando de la fría realidad.
Podemos ofrecer lo que nos gusta. El osito no es un puñado de serrín
envuelto en un trocito de tela. De manera que evidenciar eso no es brindar la
realidad, sino desconocer al sujeto.
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